Aquella noche tuvo un lindo sueño, con mares e islas
cubiertas de árboles. Se despertó de madrugada y se alegró de que Isabella estuviera durmiendo a su lado Realmente estaba queriendo compartir su mundo con
ella. La sangre de Isabella comenzó a correr más rápida. Se sentía en paz,
entregada a uno de aquellos momentos de la vida en que la única alternativa
posible es perder el control. Bebieron juntos, de un solo trago, la primera
copa. Él, porque estaba tenso. Ella, porque estaba relajada.
Un regalo mío para ti. Un regalo de amor, de gratitud, por
el hecho de que existas, y de que yo haya esperado tanto tiempo para
encontrarte. -Llévame contigo -dijo ella-. Enséñame a caminar por tu mundo.
Y los dos viajaron en el tiempo, en el espacio, en las
Tradiciones. Isabella vio campos floridos, animales que sólo conocía a través de
libros, castillos misteriosos y ciudades que parecían fluctuar en nubes de luz.
El cielo quedó completamente iluminado, mientras el dibujaba para ella, encima del campo de
trigo, los símbolos sagrados de la Tradición.
Podía viajar con él a través de los Campos, donde las
almas iluminadas habitan y donde las almas que aún van en busca de iluminación
hacen visitas de vez en cuando, para alimentarse de esperanza.
No supo precisar cuánto tiempo pasó, hasta que se vio otra
vez con el ser luminoso dentro del círculo que ella misma había trazado. Ya
había sentido el amor otras veces, pero hasta aquella noche, el amor también
significaba miedo. Este miedo, por pequeño que fuese, era siempre un velo;
podía ver a través de él casi todo, menos los colores. Y, en aquel momento,
con su Otra Parte enfrente de ella, entendía que el amor era una sensación
muy unida a los colores, como si fuesen millares de arco iris superpuestos unos
a otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario